El Domingo se nos exortó en la Iglesia a escudriñar las Escrituras, y ¡qué gran verdad! Escudriñar es más que tan solo leer, más que cumplir un plan anual. Cuando pienso en la Palabra, en el poder que tiene para transformar todo lo que hay en mí, me lleva a desearla más, a anhelarla más. A estudiarla, a masticarla lentamente sin prisas. Un bocado a la vez. Leerla, es contemplarla de lejos; escudriñarla, es zambullirnos en ella. Empaparnos hasta estar saturados de su esencia. Escudriñar la Palabra, me lleva a la necesidad de memorizarla. Dice el Salmo 119: 16, "No me olvidaré de tu palabras" Necesito amarla al grado de no olvidarla; siempre tenerla lista, así como mi hijo tiene listo su cuchillo para tallar, asi debo de tener lista la Palabra para pelear las batallas que comienzan en mi mente. Una Biblia abierta todo el día, paso y la leo, la vuelvo a masticar. Mi cuadernito rojo en mi bolsa, listo con los versículos que estoy memorizando, lo abró y leo. Tarj