El Príncipe de Egipto y yo

Leo en la Palabra de Dios el grandioso milagro del Éxodo. Deseamos milagros así, sorprendentes, inimaginables y no sabemos. No sabemos lo que un gran milagro a veces implica.

Me imagino al pueblo de Dios saliendo de Egipto. Lo primero que siempre había pensado (sin poner atención a mi lectura) era que seguro salieron cantando y danzando. Pero no fue así. Los cánticos y la danza vinieron hasta después de haber cruzado el Mar Rojo.

Ellos fueron echados fuera; se llevaron lo que pudieron, ni siquiera habían terminado de hornear su pan. Salieron a mano de Jehová, un Dios que ya no era conocido para ellos. Ellos se habían olvidado de Él, pero Él no de ellos. Los sacó con mano poderosa, pero me imagino el corazón del pueblo, un temor rodeándolos, los lamentos de los egipcios, de sus vecinos, aún retumbando en sus oidos. Salir, de lo seguro, de lo que los tenía prisioneros, pero al fin y al cabo de un lugar de comodidad, de lo ya conocido, de sus dioses. Una nueva etapa, un nuevo vivir, ellos no lo escogieron, ellos ni siquiera querían salir...pero Jehová tenía un plan para ellos, eran suyos, no los iba a dejar en su pecado. El los llamó de las tinieblas a su luz admirable. Y a pesar de ellos...salieron y fueron rescatados.

Los puedo ver saliendo, en silencio, con lágrimas....en lo profundo un agradecimiento, ¿o no?. Ahora, lo más difícil...el trato de Dios con su pueblo. Los sacó para llevarlos al desierto, para tratar con ellos. Las pruebas, los milagros, la disciplina, la infidelidad y Su fidelidad. No es fácil. ¿Por qué no regresar?

Pero Dios no los iba a dejar en el abandono. Él los había llamado a una tierra dónde la miel y la leche serían su deleite...pero no llegarían al lugar de la promesa, sin antes enfrentar la idolatría que aún estaba en sus corazones...¿Y yo? La ley llegó, apuntó a su pecado, pero, después la gracia los guió, hasta la tierra prometida. Ellos no hicieron nada. Todo es de Dios. Llegaron porque Él quiso. ¿Y yo?





¿Dónde estoy yo? Nada cambia. A pesar de mí...puedo sentarme a los pies del Padre y tomar leche y miel, y disfrutar de las delicias a su diestra. A pesar de mi egoísmo, de mi necedad. Dios apunta a mi pecado y con su gracia me levanta. Él me lleva cada día. A pesar de mí.

El Príncipe de Egipto y yo.. jamás nos imaginamos que tendríamos la oportunidad de vivir lo que vivimos. De tener la oportunidad de venir a Dios y derramar nuestro corazón ante Él. De ver su mano obrar a nuestro favor, apesar de nosotros.




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